lunes, 8 de agosto de 2016

La ley del péndulo. Mantas y manteros.

De entre todas las leyes de la naturaleza (que el pez grande se come al pequeño, que todo lo que sube baja...) la “ley del péndulo” es para mí la más estúpida. Consiste en que el péndulo va y vuelve, va y vuelve, va y vuelve, tanto va hacia un lado, como vuelve luego para el otro.

El péndulo es en la naturaleza lo que Tele5 es en la televisión, el instrumento preferido de hipnotizadores, lo mejor para quedarse dormido.

Las docenas de pobres manteros que intentaban vender sus baratijas en las aceras de las principales calles comerciales de Barcelona, hasta hace unos años perseguidos incansablemente por las patrullas de la Guardia Urbana, se convirtieron en un símbolo de solidaridad para la nueva alcaldesa de izquierdas Ada Colau. En la enorme máquina de hacer dinero que es Barcelona, cabían perfectamente unos pocos manteros intentando ganarse la vida, sin pagar impuestos, en la vía pública. La nueva política del buen rollito institucional.

El resultado: El Paseo San Joan del centro de Barcelona convertido en un enorme zoco con cientos y cientos de manteros en condiciones inaceptables, una auténtica bomba de relojería social, una foto horrible para la imagen de la ciudad, y por encima de todo, la unánime convicción de que hay que poner fin a semejante despropósito. Las autoridades sienten auténtico pavor a perder el control de la situación.¡Que venga la policía!

De la inaceptable foto del policía agrediendo al mantero, pasamos a la inaceptable foto del mantero agrediendo al policía, y vuelta a empezar, en el más estúpido de los movimientos pendulares. Unos policías en un papel de mierda, que no saben a qué atenerse, para qué están, y sobre todo, una clase política que sencillamente no tiene ni zorra idea sobre qué hacer para solucionar este problema.


Hace unos días el gobierno español "en funciones" ha decretado para el curso que viene las reválidas en ESO y bachillerato.

El anterior sistema educativo EGB en el que sólo un 30% de alumnos (y con sólo catorce años) tenía acceso al exigente BUP+COU dio paso al integrador, flexible, comprensivo, solidario sistema ESO, en el que todos los alumnos tuvieran cabida, independientemente de sus capacidades, independiente de su voluntad de esfuerzo,

El resultado: La inaceptable fotografía de un sistema educativo asfixiado por la mediocridad, por el protagonismo intolerable de los que menos quieren estudiar. Un sistema construido fracasado en su objetivo fundacional de ofrecer un producto educativo adecuado a todos los alumnos sin excepción. Y que prcisamente su fracaso y decadencia le convierten en un sistema mucho más injusto que el anterior. Y en consecuencia las autoridades reaccionan de la forma más dura ¡Que vuelvan las Reválidas! ¡Que venga la policía cultural con su examen único! Nuevamente el terror institucional a perder totalmente el control, nuevamente la ley del péndulo.

Pero así como no es lo mismo desalojar veinte manteros que pretender desalojar a mil doscientos, la violencia que conllevaría una reválida para nuestros jóvenes de dieciséis años es sencillamente inaceptable. Porque, digámoslo con todas las letras, una reválida es una experiencia muy violenta. Y pretender que nuestros jóvenes se lo jueguen todo en un único examen de cuatro días es tan irreal como la pretensión anterior de que puedan pasar de curso (y entrar en el bachillerato) sin esfuerzo alguno.

¡Quien sabe sabe y quien no a la FP básica! Pero es que nadie quiere ir a la FP básica, porque uno de los pilares de la reforma educativa fue precisamente la promoción de la formación profesional como vía alternativa digna al bachillerato, y no se ha hecho.

No todos podemos hacer el bachillerato, como no todos tenemos el capital para poner una zapatería en el Paseo de Gracia de Barcelona. Pero precisamente la responsabilidad de las autoridades es ofrecer a la sociedad alternativas dignas para todo aquel que quiera trabajar, para todo aquel que quiera estudiar. Y exigir el cumplimiento de las normas comunes.

La izquierda se traiciona y fracasa en el mismo momento en que acepta la figura del “mantero”, de cualquier tipo de “mantero”: Cuando acepta que puedan existir, subsistir, sobrevivir personas en unas condiciones laborales inhumanas, fuera del sistema legal común, y cuando acepta no exigir a los hijos de las clases trabajadoras el mismo nivel de esfuerzo escolar que se exige a los hijos de las clases más acomodadas.

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