martes, 27 de febrero de 2018

Lo Inolvidable (La Vanguardia, 26 de febrero de 1918)

En este artículo de La Vanguardia de hace exactamente cien años (26 de febrero de 1918) encontramos un ejemplo precioso de antididáctica en la figura del profesor de hebreo clásico  y sus "postreros consejos" una vez acabado su curso. No cae en la vulgaridad de pretender "aplicar" el curso a la futura vida cotidiana de sus alumnos, bien al contrario, anhela que sus alumnos puedan encontrar tan solo cinco minutos para traducir, aunque sea una pequeña frase de la Biblia. Ese es su legado: Un camino, una puerta abierta de lo cotidiano a lo universal del conocimento (¡Nunca al revés!). El conocimiento, todo conocimiento, es un tesoro.


El artículo va mucho más allá, es una reflexión sobre el sentido de la vida y el valor de la cultura, nuestras vidas (nuestros egos) son efímeros, la cultura es eterna: "un neto de cordura y una suerte de baño sedante en las aguas un tanto melancólicas de la eternidad". Vale la pena su lectura.


AL MARGEN DE LA GUERRA

Lo Inolvidable


(Diario La Vanguardia, 26 de Febrero de 1918, página 6)

Cada noche, terminada la diaria labor, a1 volver a casa gratamente rendidos de sueño, con el alma sosegada y el corazón tranquilo, nos asalta una misteriosa inquietud , vaga pero al mismo tiempo punzante,—como si en medio del sopor nocturno nos envolviera, de pronto, una ráfaga de melancolía llegada de tierras lejanas.

Las noches últimas fueron, en Barcelona. deliciosamente templadas y serenas. Pasado el Carnaval, satisfecha la desbordante algazara plebeya, extenuados los ánimos y las faltriqueras, después de media noche las calles quedan poco menos que desiertas. El alumbrado público es deficiente. Las sombras mismas se adormecen en la confiada soledad de los barrios tranquilos. Brillan de trecho en trecho, al pie de un árbol, las linternas inútiles de los serenos; y los vigilantes, cansados de platicar inútilmente, dormitan en los zaguanes, sin sobresaltos, sin prisas, al aire libre, blando como una caricia.

El plenilunio irradia benignamente su inmenso y pálido fulgor sobre la ciudad abrumada de sueño. Las estrellas naufragan en la azulina transparencia del aire. Las horas fluyen insensibles. Al doblar una esquina, al atravesar una plaza solitaria, se ve asomar detrás de las azoteas el rostro amistoso, eternamente pensativo, de la luna. Es la sola pupila en acecho, el único vigía incansable, vagando en silencio sobre la ciudad aletargada. ¡Qué paz! ¡Y qué dichoso, momentáneo olvido, se trasluce en el fondo de esta íntima paz! Hemos tenido elecciones: tenemos estado de guerra, impulsos de regeneración; debemos resolver graves problemas. Sí, es cierto; pero de momento nuestra agitación es sana, sin delirio ni fiebre. Nada impide que nuestra vida se desarrolle con la bienhechora monotonía de la normalidad. Después de trabajar durante el día, de preocuparse en sus quehaceres, de interesarse en sus pasiones y anhelos, la ciudad se adormece beatamente en el hondo remanso de las horas nocturnas.—Y es en estos cansados instantes, al volver a casa, con un poco de fatiga y sobrecogidos ya por la blandura invasora del sueño, cuando nos asalta de pronto, todos los días, una vibración dolorosa que nos sacude y despereza el alna: ¿Y en Francia? ¿Qué ocurre en Francia? ¡Qué interminable velar en casi todo el resto de Europa!

A esta misma hora, bajo este mismo maravilloso fulgor del plenilunio, los más grandes y nobles pueblos de Europa están velando, delirantes, trémulos de congoja y de fiebre. En las líneas de fuego, entre la penumbra azulina de la noche serena, por los caminos de las llanuras y por .los senderos del monte, hay un interminable parpadear de linternas; los convoyes transitan sin descanso, a millares, a millones, en un vasto temblor de fuegos fatuos. Las fábricas de municiones, los arsenales, los altos hornos, las fraguas, jadean durante toda la noche con un vivo resplandor infernal. En la serenidad del cielo teñido de luna, los ojos de los que lo contemplan, abotargados de tanto escudriñar, sólo perciben la constante y traidora amenaza de las escuadras aéreas enemigas. Y en el interior de las ciudades, de las aldeas, de los más pobres villorrios—desde Calais hasta Constantinopla pía y desde Mesina hasta San Petersburgo,— el dolor, los recuerdos atroces y los más lúgubres temores mantienen en insomnio perpetuo a millones de seres que soportan la lucha con la incomparable tortura de la pasividad forzosa.

Aquí, en Barcelona; en toda España, cada día olvidamos, durante unas horas de sueño feliz, mientras pequeñas preocupaciones. Allí, en casi todo el resto de Europa, no pueden en ningún momento quitarse de encima sus inauditos sufrimientos. Nuestra situación espiritual—además de la material, que es ya envidiable,— constituye un privilegio extraordinario, exorbitante. Es inevitable que aquí nos acostumbremos a contemplar la guerra como un espectáculo; pero sería fatal que, llevarlos de nuestro alejamiento y de la bonanza apacible de nuestras noches serenas, llegáramos a dormirnos completamente, hasta el punto de olvidarla.

Un sabio y bondadoso profesor de la Universidad barcelonesa, procuraba, hace años, enseñarnos con amor los primeros rudimentos de la lengua hebrea. Al terminar el curso académico, después de las innumerables huelgas y vacaciones estudiantiles que lo reducían a tres meses escasos dé asistencia al aula, apenas comenzábamos a saber descifrar el Breshid boráh Eloim que abre las puertas de la Biblia hebraica, nuestro manual de lectura. La culpa no era del inolvidable maestro ni de su santa paciencia en enseñarnos, sino de nosotros mismos, de nuestra pereza y de nuestro atolondramiento.

Llegado el último día de curso, el profesor se despedía de nosotros con indecible ternura, y nos daba sus postreros consejos. «Ninguno de ustedes—decía con mansedumbre—sabe la lengua hebrea. Pero, en cambio, todos están en el recto camino de llegar a saberla. Al abandonar este curso para emprender los siguientes, corren riesgo de olvidar por completo mis pobres enseñanzas. Luego se desparramarán ustedes por el mundo, se interesarán por mil cosas imprevisibles y diversas; unos medrarán, otros no harán más que mantenerse a flote, nadando con pena, y algunos irán a fondo, sin lograr ni siquiera sacar las orejas sobre el mar de la vida. Pero todos, apenas se descuiden, olvidarán sus escasos rudimentos de hebreo, ni se acordarán más de ellos, como “yo de ser rey».—(La profecía se ha cumplido al pie de la letra, lamentablemente).— «El único remedio para evitar este mal—proseguía diciendo—es muy sencillo. Guarden ustedes este librito de lectura, nuestra Biblia en hebreo. Y todas las noches, antes de acostarse, dediquen cinco minutos, ¡sólo cinco minutos!, a traducir, con auxilio del diccionario, siquiera un solo versículo. Este pequeño ejercicio cotidiano impedirá, sin implicar el menor sacrificio, que sus escasos conocimientos se emboten. Si siguen ustedes mi consejo, acabarán por leer, de manera corriente y por vía insensible, el más alto breviario del mundo. Y, caso de hacerlo, les recomiendo que se apliquen en especial sobre el libro de Job: porque el libro de Job es el libro del dolor, y el dolor es la vida!».

Enmudeció el maestro, con los ojos pensativos, ligeramente velados. Terminose el curso. Abandonamos el aula; y, a pesar de haberlos descuidado, no olvidaremos jamás los prudentes consejos de aquel último día. De tarde en tarde, al azar, damos con nuestro viejo libro de lectura. Y al abrirlo, al damos cuenta de que ya somos incapaces de descifrarlo, como si estuviera impreso en jeroglífico, sentimos un poco de vergüenza y de remordimiento.

¿Será más afortunado quien aconseje algo parecido a las gentes de España? Es natural que nuestras preocupaciones inmediatas y propias nos distraigan de las menos cercanas y ajenas. Tenemos tanto que hacer en nuestra casa, que es fácil prescindir de lo que ocurre en las de la vecindad. Sin embargo, para conservar la conciencia del inmenso cataclismo dentro del cual nuestras tareas son como un escaso riachuelo abismándose en la inmensidad oceánica, conviene no perderle nunca de vista, y en horas sobrantes, al menos unos minutos diarios, continuar observando y meditando sus fases; no por simple curiosidad, por entretenimiento vano, sino con dolor, con inmensa simpatía para los que sufren, con inteligencia, con piedad y con desinteresada templanza.

Pensemos que, al fin y al cabo, nuestras preocupaciones caseras actuales cambiarán con el tiempo, y pasando los días es fácil que hasta lleguemos a olvidarlas, porque las circunstancias las transformarán en otras. Casi todo lo que hoy nos interesa dejará de interesarnos mañana en su forma actual; con tiempos nuevos vendrán nuevas ansias. Pero la impresión que hemos recibido y recibimos frente la catástrofe mundial, eso no desaparecerá jamás de nuestro espíritu: eso será lo único inolvidable a lo largo de nuestra vida entera. La guerra ha marcado con un sello de fuego las conciencias de todos los vivientes que la presenciamos. Andando el tiempo, la humanidad futura no verá en nosotros casi nada más que contemporáneos y espectadores del inmenso desastre. Así nos llamarán para abreviar y para representarse claramente nuestras fisonomías. El hecho inaudito al cual asistimos absorberá por completo todas las actividades secundarias que ahora palpitan en el mundo, y llenará, obstruirá con su talla gigantesca el fondo entero de la perspectiva histórica. Nosotros sólo existiremos en función de relatividad con respecto al magno conflicto, acurrucados junto a él y púnicamente visibles gracias al siniestro destello de la inmensa hoguera. En España, en Madrid y Barcelona, ha habido durante los últimos años generaciones que gustaron de calificarse a sí mismas: la generación del 98, la de los novecentistas. Estos calificativos responden, en el orden local, a generosos impulsos del patriotismo ó a nobles esfuerzos culturales. Pero la declaración de guerra entre los pueblos de Europa vino a juntar a todas las generaciones actuales del mundo bajo una sola denominación universal, abriendo a cañonazos una nueva era y cimentando sus umbrales históricos con millones de cadáveres. Todos las demás denominaciones serán, a través del tiempo, borradas por el extraordinario relieve de ésta: queramos ó no, a sabiendas ó ignorándolo, los que ahora vivimos figuraremos para siempre en la trágica generación de 1914. Meditar eso, siquiera unos momentos, todos los días y antes de conciliar el sueño, es un neto de cordura y una suerte de baño sedante en las aguas un tanto melancólicas de la eternidad.

GAZIEL (Seudónimo de Agustí Calvet Pascual)

BonusTrack: 
Recopilación de artículos de Gaziel en La Vanguardia: http://www.lavanguardia.com/hemeroteca/20130310/54368999053/gaziel-agusti-calvet-director-la-vanguardia.html


domingo, 25 de febrero de 2018

El poder del pensamiento negativo

Como en todo organismo vivo, a medida que el Sistema Educativo se va debilitando se vuelve más y más vulnerable, más y más permeable a patógenos y todo tipo de elementos nocivos que en un sistema fuerte y sano jamás penetrarían.

Uno de los patógenos mentales más peligrosos es el llamado "pensamiento positivo", es decir, el ancestral "pensamiento mágico": Poder levantar piedras sin ir a por ellas, sólo con el poder de la mente. Lleva el ser humano intentándolo desde la época de las cuevas de Altamira, sin conseguirlo jamás, pero ahí está el dichoso pensamiento, consustancial al ser humano.

El sistema educativo, en su degradación, abandona la transmisión de  conocimientos, es decir, realidades, que son los anticuerpos naturales para una mente crítica, fuerte, y pretende dedicarse a la gestión de las emociones, es decir, de los deseos, con lo que infantilizar aún más la juventud, favorecer aún más si cabe la invasión de todo tipo de majadería new-age pseudocientífica, neuro-emocional, convertirlos en una masa infantil, acrítica y consumista.

Un artículo muy interesante sobre la penetración del "pensamiento positivo" en las escuelas es

https://educacionysensatez.blogspot.com.es/2018/02/el-pensamiento-positivo-invade-la.html

A finales de los años setenta el profesor Laurence J. Peter  alcanzó bastante renombre con su "Principio de Peter". un librito absolutamente imprescindible  para protegernos de las malas artes de los embaucadores, charlatanes e incompetentes que ocupan los puestos superiores de toda jerarquía.


En otro de sus libros, "Los personajes de Peter", dedica un capítulo a desmitificar y denunciar la toxicidad del llamado "pensamiento positivo", haciendo referencia a otro autor, Donald G. Smith, y su libro "How to Cure Yourself of Positive Thinking" (Como curarse uno mismo del pensamiento positivo).


Aquí os dejo una copia de este capítulo, que lo disfrutéis.


EL PODER DEL PESAMIENTO NEGATIVO

Cuando oigo a Normant Vicent Pealing, me siento terriblemente abatido.

Como la mayoría de mis contemporáneos, yo fui adoctrinado con la popular filosofía llamada pensamiento positivo. Tratando de vivir conforme a ella, experimenté los años más desventurados y frustradores de mi vida. Pero siempre me esforcé por mantener vivo el optimismo de un verdadero creyente. Me fijaba objetivos que no podía lograr, creyendo que la felicidad y el éxito dependían de mantenerme en vibrante armonía con el Cosmos. mis expectativas positivas conducían a frecuentes decepciones y deseos incumplidos, porque yo no comprendía que se trataba de un camino sin final.
Acabó llegando el día en que abandoné esta optimista y terca tendencia optimista, optando por las realidades de la consecución en lugar de esos días mejores que no parecen no llegar nunca. Empecé a apreciar las buenas cosas que sucedían a mi alrededor. La vida no era ya una lucha por objetivos inalcanzables. Había descubierto, por fin, el poder del pensamiento negativo.
Puede usted imaginar mi satisfacción cuando, después de diez jubilosos años de vivir conforme a esta nueva filosofía negativa, encontré un librito recién publicado titulado How to Cure Yourself of Positive Thinking (Cómo curarse uno mismo del pensamiento positivo), y subtitulado El libro que descubre las falacias, trampas y trágicas falsas esperanzas del pensamiento positivo y defiende brillantemente el establecimiento de un nuevo orden, alegría y libertad en su vida mediante el expediente de ser negativo. Al leer el libro, me encontré con esa gratificante experiencia que es leer las palabras de un autor que había realizado los mismos descubrimientos que yo sobre la forma en que vivir.

Así pues, entrevisté a Donald G. Smith, el autor, que resultó ser la clase de filósofo práctico desenfadado, campechano y feliz que el libro me había hecho esperar.
Presento a continuación un resumen de sus argumentos en favor del pensamiento negativo. Su tesis principal es que, como buscadores de la verdad en un mundo constantemente empujado, arrastrado y zarandeado por Madison Avenue y que se está cansado del cambio por el cambio, debemos aprender a decir NO a los fatuos sermones comúnmente disfrazados de verdad. Al esforzarnos en realizar un viaje feliz a lo largo de la vida, debemos guiarnos cada uno de nosotros por las realidades de la existencia. Si queremos medrar y prosperar, debemos aprender a vivir en un mundo de qué es y qué puede ser.
El problema de la filosofía del pensamiento positivo es que se basa en una irrealidad basada en puros deseos. Cuando se plasma en palabras, se convierte en un arma verbal utilizada para atacar a cualquiera que se atreva a discrepar. «Deja de ser tan negativo» se ha convertido en el rechazo definitivo a quienquiera que tenga el buen sentido de percibir el error de una propuesta monumentalmente absurda. Se trata, de hecho, de una maza -enmascarada como verdad eterna- utilizada para mantener en su puesto a un presuntuoso y preparar el camino para el avance de absurdos colosales. Pero, a menos que nos curemos del pensamiento positivo y adquiramos la fuerza necesaria para decir NO a la ineficacia, engaños, información defectuosa y trágicas falsas esperanzas de los mercachifles de mitos, estaremos condenados a unas vidas frustrantes gastadas en anticipar unos tiempos mejores que aguardan tras el siguiente recodo del camino. El aspecto más peligroso del pensamiento positivo es que contiene su propia característica infalible. Si no da resultado, es que uno no se ha esforzado lo suficiente.
Uno de los aspectos más desconcentrantes del pensamiento positivo es que las personas que menos recompensa reciben, son las que con más intensidad parecen creer en él. Están convencidas de que funciona, cuando, evidentemente, no funciona en absoluto. Creen que, si se concentran en la consecución de algún gran beneficio, entrará en acción una especie de fuerza que alineará las energías del Universo con la realización de sus objetivos.
La razón de que los pensadores positivos fracasen es que sus procesos filosóficos parten de una falsa premisa. Cree que la bondad es algo a conseguir y, por tanto, que debe uno idear algún medio para conseguirlo.
El pensamiento negativo presupone que la bondad no es más que la ausencia de maldad y que la vida, el mundo, las energías que fluyen ya en torno a nosotros, son esencialmente buenas. Sin rompimiento, hay armonía; sin ruido, hay silencio; sin desacuerdo, hay acuerdo; sin embriaguez, hay sobriedad; sin enfermedad, hay salud; sin resistencia, hay corriente. Sin infelicidad, discordia, fracaso y frustración, podemos esperar que la vida sea feliz, fructífera y productiva. Puesto que la felicidad no es un artículo que nos ayude a encontrarla, ni necesitamos tampoco esperar que Aries descienda a la quinta casa de Escorpión el tercer jueves del mes. No, dice Smith. Son los desilusionados positivos quienes descubrieron que no da resultado y no tienen la más mínima idea de qué hacer al respecto.
Desgraciadamente, los pensadores positivos han creado un estereotipo del pensador negativo que lo presenta como un individuo huraño y solitario que se interpone en el camino del progreso tecnológico. No es sorprendente que los pensadores positivos tengan la desfachatez de atribuirse el progreso humano, cuando, en realidad, el invento es parte de un proceso evolutivo en la expansión inevitable del conocimiento. Así, el telégrafo siguió naturalmente al conocimiento de la electricidad, seguido, a su vez, por el teléfono, la radio, el radar y la televisión. Se trata de una progresión normal. El pensamiento positivo no la produce, y el pensamiento negativo no la impide.
Cuando leemos la inspiradora historia de Charles Lindbergh, por ejemplo, se nos habla de su determinación y su firme voluntad. Sin minimizar en absoluto la magnitud de su hazaña, Smith señala que Lindbergh era un gran piloto de aviación y se hallaba tan capacitado como cualquier hombre de su tiempo para intentar cruzar el Atlántico. Aunque los riesgos eran grandes, se fijó un objetivo razonable. En 1927, un piloto competente y tripulando el aparato adecuado podía sobrevolar en solitario el Atlántico. En cualesquiera otras condiciones, habría sido imposible, y todo el pensamiento positivo del mundo no habría podido llevarle desde Nueva York hasta París. Según Donald Smith, Lindbergh no era un pensador positivo. Era un realista, como lo eran Edison, Watt, Colón y Marco Polo..., hombres prácticos y decididos que marchaban hacia delante y alcanzaban lo inalcanzable.
Una de las más importantes quejas de Smith, quizá la fuerza fundamental de us campaña en favor del NO, es el número de personas totalmente incompetentes que toman decisiones importantes y obligatorias. Así, la ruta de viaje es planeada por alguien que no sabe leer un mapa; el programa de publicación es fijado por la persona que menos sabe acerca de producción y comercialización de libros; el presupuesto para atletismo lo confecciona un funcionario que no sabe nada de deportes; se puede esperar que las políticas y decisiones de personal corran a cargo de un inadaptado social que siempre ha tenido problemas para relacionarse con la gente; la marcha de protesta es encabezada por un bocazas que apenas si entiende la cuestión que la motiva. Cualquiera que sea el empeño, dice Smith, podemos tener la seguridad de que un ignorante total emergerá del grupo y se presentará a sí mismo como un Moisés redivivo para llevarnos de nuevo, infortunadamente, a Egipto.
Es necesario, por tanto, que personas dotadas de valor y buen sentido se pongan en pie y exclamen: ¡NO!

MÁXIMA DE SMITH: En la mayor parte de las empresas colectivas, la decisión final será tomada por la persona menos cualificada para ello.

Los personajes de Peter, pág. 165-169

sábado, 17 de febrero de 2018

El de la regadera

El de la regadera.

Este es el hombre que tiene una regadera vieja y abollada, por cabeza. Hizo un aparición, por primera vez, el año pasado. Este año ha vuelto a la Castellana.
Entre las asquerosas comparsas de "destrozonas" y de ganapanes vestidos de bebé, el hombre de la regadera es la única máscara que nos ha conmovido.
El hombre de la regadera, aunque inconsciente de su misión, viste un saco con dos agujeros y, para que sea más sayal de penitente, lleva, atada a la cintura una cuerda de esparto.
Ese animal que ha metido la cabeza en la regadera, no sospecha hasta qué punto es, en la capital de España, la máscara nacional, la mascara representativa...
El hombre que tiene usa regadera por cabeza es lo suficiente bruto para dar terribles golpes, con un palo, a su cabeza, es decir a su regadera, con la cual, sin saberlo llega a ser más simbólico que nunca. El infeliz no llegará jamás a saber lo conmovedora que resulta su salvaje diversión, ni corno nos hace pensar en la inconsciencia de todo un pueblo ese afán de golpearse la cabeza-regadera hasta el aturdimiento, con tal de hallar una distracción a sus pesares y alejar todas las preocupaciones.
¿Qué hace esa multitud, que rodea al desgraciado mascarón, sino golpearse la regadera? ¿Qué hacen esas comparsas con sus brincos, saltos, gritos y alaridos ensordecedores, mientras Europa se desangra y España se precipita al abismo? Por el canal de la inconsciencia popular, que es, en estos días, el gran Paseo ciudadano, desfilan lentamente los hermanos espirituales del hombre que tiene una regadera por cabeza. Y el mascarón absurdo -elevado sin saberlo a la categoría de símbolo nacional- se ha detenido junio a la verja del hotel de la Presidencia del Consejo. El trágico simbolismo del hombre de la regadera se nos ha hecho todavía más patente ¡Oh, la tristeza de nuestro eterno Carnaval!

SANTIAGO VINARDELL
Madrid, domingo de Carnaval de 1918


(De la hemeroteca de La Vanguardia, 17 de febrero de 1918, página 11)

domingo, 11 de febrero de 2018

Incompetencias básicas

En el examen de "competencias básicas" que todos los estudiantes de 4º de ESO catalanes realizaron la semana pasada aparecen dos ejercicios relacionados con la probabilidad.

En el primer ejercicio se lanza un avión de papel 50 veces por tres personas diferentes, y de los 50 lanzamientos, en 12 el avión cae en una cierta franja "C".



Se pide al alumno que, a la vista de los datos expuestos, diga qué probabilidad hay que el avión, después de estas 50 tiradas, caiga en la franja "C".
La respuesta "correcta" es tan fácil como dividir 12/50=0.24.

¡Qué fácil, qué chachipiruli son las matemáticas competenciales!

En el otro problema de probabilidad se tiran cuatro aviones de papel, que caen en determinadas franjas, y a la vista de los resultados en forma de diagramas de barras se pregunta cual de los cuatro aviones tiene más probabilidad de caer en la franja "C".

El alumno, a la vista de las barras, debe "deducir" que es el cuarto, pues es el que ha caído más veces.

¡Qué guai! ¡Cómo molan las matemáticas competenciales!

Dos ejercicios que son excelentes muestras de la nueva educación "por competencias". Son matemáticas aplicadas a la vida real, nada abstractas y sencillas, fáciles... Una nueva matemática para una nueva generación...

 Pero ¡ay! tienen un pero, y es que hay gente amargada, de verdad, que vamos a fastidiar la fiesta de las matemáticas competenciales...

Resulta que son falsas, rematadamente falsas.

Porque los dos ejercicios son mentira. No se puede deducir una probabilidad por una muestra. Si tiras una moneda 50 veces y en las 50 sale cara, la probabilidad de que después salga cara no es 50/50=1, es 1/2, te guste o no, (a no ser que seas uno de los gurús educativos de la nueva matemática competencial, naturalmente).

En ningún libro de texto de matemáticas de Catalunya (ni de fuera) aparecen semejantes barbaridades. Ningún profesor de matemáticas de Catalunya plantearía nunca semejante despropósito de ejercicios. Estos dos ejercicios son dos muestras magníficas de qué NO se puede hacer nunca.

Irónicamente, un examen que pretende evaluar las competencias básicas de los alumnos se convierte en el mejor evaluador del abrumador nivel de incompetencias básicas de los engreídos gurus de la nueva educación basada en "competencias básicas". Exigen una educación fácil, con alumnos fáciles y profesores fáciles y tendrán una educación fácil, por las buenas o por las malas.


Podéis descargar todo el examen en
 http://csda.gencat.cat/web/.content/home/consell_superior_d_avalua/pdf_i_altres/prova_avaluacio_eso_2018/4ESOMATES2018.pdf

BonusTrack: Ya he denunciado anteriormente en este mismo bloc el terrible abandono de la probabilidad en el bachillerato catalán: http://toomatesbloc.blogspot.com.es/2014/10/corrupcion-politica-y-campana-de-gauss.html

sábado, 10 de febrero de 2018

Dos artículos de La Vanguardia (10/2/1918)

(Diario La Vanguardia del domingo 10 de Febrero de 1918, páginas 10 y 11)

DE LA GUERRA

Todos contentos

Es indudable que desde hace mucho tiempo se respira, por decirlo así, un ambiente favorable a la paz. Sólo de paz hablan los periódicos, y en particular ciertos periódicos de Viena y de Berlín. De la paz se trata en las reuniones de los comisarios del pueblo de Petrogrado y en las conferencias, más o menos lentas, de Brest-Litovsk; la paz quieren las cien mil mujeres que entregan sus tarjetas o sus firmas al conde Czernin; por la paz dejaron el trabajo gran número de obreros alemanes. La paz es el tema de todos los discursos de los ministros y de los jefes de los gobiernos  de los pueblos en guerra. La paz os anuncia el amigo «que está enterado», y el viajero que viene del extranjero y que «ha bebido en buenas fuentes». La. paz se impone a todos, os demuestran con cifras y argumentos varios, los que hallan físicamente imposible que la lucha pueda continuar, dado el agotamiento general del mundo.

Todo ello es exacto; pero cuando se desciende de esas consideraciones al campo de las afirmaciones concretas, se observa que la discordia esencial entre los dos bandos beligerantes continúa viva como siempre. Alemania no quiere hablar de paz sino sobre el fundamento de su integridad territorial: de los demás asuntos trataría con los aliados en cuanto éstos declarasen que se hallaban dispuestos a aceptar aquel principio. Y como la coalición contra ella formada quiere que la paz se establezca con el arreglo del pleito de la Alsacia Lorena, amén de la rectificación de la frontera italiana, no se vislumbra el miedo de que ambos bandos se pongan de acuerdo. Así lo reconoce la declaración publicada por los representantes de los países aliados, después de la conferencia que acaban de celebrar en Versalles.

Puede presumirse que, para solventar las diferencias que separan a los beligerantes, se hacen tanteos de diversa índole, de muchos de los cuales—á pesar de la condenación de la diplomacia secreta—no tenemos seguramente conocimiento. Todos procuran pasar la soga de la paz por el tenue ojo de la aguja que ha de coser tantas voluntades hoy descosidas; todos intentan realizar el milagro de la conciliación general, sobre la base de las propias ganancias y detrimento de las ajenas. Pero en lo que unos llaman conciliación lo entienden otros como derrota, y mientras exista esa confusión de lenguas y de conceptos, es extremadamente difícil que los gobiernos interesados lleguen a fundamentar la paz sobre cimientos consistentes.

Separa además, profundamente, a los bandos opuestos, factores psicológicos, que nosotros no podemos comprender, porque no nos llegan a lo vivo los asuntos de la guerra; pero que son esenciales en esas tremendas discordias de los pueblos. Los asuntos materiales, que despiertan y avivan la codicia, no bastan para impulsar al hombre hasta el sacrificio de la vida; antes al contrario, el afán del lucro material más bien acrecienta el egoísmo y entorpece los grandes movimientos del espíritu. Así, cuando vemos que la gran guerra ha causado tantos desastres y las armas continúan en las manos de los combatientes, hemos de opinar—y efectivamente es así— que un profundo estímulo psicológico mantiene vivo el anhelo de pelear. El estímulo es, principalmente, el odio. Imposible es que nos hagamos cargo del odio acumulado en las naciones en guerra. Hay sensaciones y sentimientos que se pueden compadecer, aliviar, socorrer, mitigar; lo que no podemos hacer nunca es poner nuestra carne o muestro espíritu en el lugar de la carne y del espíritu ajenos. Podremos, con lástima en el corazón, dar un pedazo de pan al hambriento ; pero lo que es imposible es que sintamos aquella hambre en nuestro estómago. así pasa con el odio, del cual podemos tener idea y explicárnoslo, pero jamás lograremos sentirlo, como lo sienten los beligerantes.

Recuerdo que, en la primera quincena de septiembre de 1914, un general francés, que tomó parte en las operaciones del Marne y contempló la rápida retirada alemana, exclamó con el acento que el lector puede suponer: «¡Hace cuarenta años que mi alma se alimentaba con la esperanza de ver este espectáculo!». Cuarenta años de odio, cuarenta años esperando la hora del desquite: no; ni tú ni yo, lector, podemos comprender lo que eso significa y val.

Y esto pasa en todos los pueblos en pugna. Odios acrecentados durante la guerra por las hecatombes de las batallas, por la luz de los incendios, por los gritos de los náufragos, por la bomba que cae rápida del cielo y vomita espanto y muerte en medio de ciudades apartadas de los lugares en donde se combate.

Sólo otra acción psicológica puede servir de freno a la acción del odio. Y es la depresión moral causada por la misma guerra y por las miserias que produce. Por esa razón podemos observar que las masas populares, en las cuales es mayor el sufrimiento, son las primeras en pedir que se restablezca la paz, y la influencia de esas masas populares para resolver el problema se hace sentir tanto más, cuanto más aumentan aquellos sufrimientos.

Los estragos de la miseria son causa de que, viendo que los gobiernos adversarios no saben entenderse, las fuerzas proletarias quieren prescindir de ellos y ponerse directamente de acuerdo. No es la primera vez, ni será la última en la historia, que la voz del pueblo, la voz de Dios, intenta resolver los más grandes conflictos de las mayores potestades de la  tierra. El pueblo, la masa anónima, carece de formulas, de estamentos, de tratados secretos, de todo lo que liga y encadena a las oligarquías. Por esto puede, en menos que canta un gallo, cambiar de pensamiento, y escribir paz donde antes tenía escrito guerra, o al contrario, La voz del pueblo, es evidente, se hace escuchar cada día con mayor fuerza. En Inglaterra, la acción popular—masculina. y femenina— colabora directamente en la gobernación del Estado. En Alemania, pretende hacerlo igualmente, y, para acallarla, ya no basta el estado normal de guerra, sino que se ha establecido otro estado de guerra más estrecho, de un orden más coercitivo, aplicándose la vieja teoría de que al que no quiere caldo hay que darle dos tazas y, del mismo modo, al que no quiere guerra, hay que darle dos estados de guerra, y, por añadidura, enviarle al frente de combate, para que olvide sus afanes pacifistas.

En el balance del odio y del sufrimiento se halla actualmente el gran conflicto internacional. Cuando suena la palabra «ceder» el odio se aviva, y, por el contrario, se piensa en la paz, cuando los padecimientos se hacen mayores, cuando la falta de las cosas necesarias para la vida se hace más sensible.

Que el déficit general de lo que es preciso para vivir aumenta incesantemente, no hay para que entretenerse en demostrarlo. Sin embargo, los fenómenos universales son muy complejos, y es, por lo tanto, preciso, para formar cabal juicio de la situación del mundo, mirar las cosas por todos sus costados, y no dar por acabada la lectura de un dictamen hasta haber leído enteramente el anverso y el reverso del papel. Sólo así nos enteraremos de que en Europa hay algo más que disgustos y miserias. Ya espliqué, la semana pasada, las satisfacciones de Orlando, primer ministro de Italia. La conferencia interaliada, celebrada en Versalles durante los últimos días, ha sido igualmente un manantial de satisfacciones, pues no ocultan su contento ni Lloyd George, ni Glemienceau ni ninguno de los demás concurrentes, por los resultados obtenidos en las reuniones a que hago referencia. Y si leemos la prensa del otro bando, sólo motivos hallamos, en ella, de regocijo. Las negociaciones de Brest Litovsk llevan marcha adecuada, las huelgas alemanas se han contenido con el envío al frente de varios oradores populares, los pangermanistas se relamen de gusto pensando en las anexiones del Este y en los productos de la cuenca de Briey, que quieren arrancar a Francia definitivamente, con ayuda de la labor, no menos satisfactoria, de los submarinos y el apoyo de las 200 divisiones, o más, de que ahora piensan disponer en el frente occidental. Conceptos que no arredran, sino que animan a los aliados, que aseguran destruir continuamente más submarinos que los que puede fabricar Alemania, y que esperan hacer imposible la proyectada, formidable, ofensiva germánica, gracias a la superioridad del aire, que dicen tener, y merced a la cual han derribado, en el mes de enero 290 aeroplanos alemanes, por 101 que han perdido los aliados en todos los frentes.

Y por si el cuadro de la alegría general no fuese bastante pintoresco, puede añadirse a él un anuncio, en letras bien gordas, que insertaba, hace pocos días el más importante de los diarios londinenses, entre el relato de un bombardeo y el de un naufragio: Montecarlo, palabra mágica, seguida de aquellas otras tan sabidas: season incomparable, sol espléndido, estrellas del arte, cuadro de ópera insuperable... Sépanlo, pues, las generaciones futuras, que acaso algún día consideren con lástima lo mal que andaba el mundo en estos días de conmoción universal: se va pasando como se puede, con los teatros de las grandes capitales en guerra llenos a rebosar y no vacías las salas de ciertos casinos alrededor de las mesas consabidas. La cristalina esfera sigue, como siempre, bañada en luz, para hacer bella la vida. ¿Quién, en efecto -como dijo Espronceda- alcanzará a parar la veloz carrera del mundo hermoso, que al placer convida...?

MARIANO RUBIÓ Y BELLVÍ

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POR LA MIRILLA

Renovación

No sé si es el pícaro pesimismo que tenemos metido en el alma: estamos en plena lucha electoral, asistimos a la algarada política de la renovación, y a pesar de lo que se afirma y se comenta, no obstante la chillería de los periódicos, no parece que el país se haya conmovido profundamente, ni que vayan a cambiarse los procedimientos viciados de nuestro sistema representativo, ni que pueda salir España del atolladero donde la dejaron, hundiéndose, la rutina y la ineptitud. Así observamos que se habla de los bailes de máscaras, porque estamos en Carnaval, y de las subsistencias, porque continúa la crisis. Pero la agitación política no es cosa sino de políticos.

Sin duda la situación de España es muy grave. Nos da la sensación de una nave que ha perdido su gobierno y su arboladura; que además tiene revuelta la tripulación, porque faltan el capitán y el timonel y sobran los aspirantes a sustituirlas, y que va fatalmente empujada por el oleaje a estrellarse contra las rocas, mientras reina a bordo la anarquía. Pero es 1o extraño del caso que el pasaje no se inquieta ni deja de sonreír con una desconcertante tranquilidad. Hay quien repite como para poner en cuidado a los miedosos;- «¡Nos estrellaremos! ¡Nos estrellaremos! » Y otros, acostumbrados a correr temporales, encuentran muy divertidos los balanceos, ó alzan los hombros con indiferencia, demostrando que no les importa naufragar o que consideran que el naufragio como desenlace inevitable.

Habíamos entendido la renovación como el despertar de la conciencia nacional, y a la postre resultará que el país sigue como un tronco y que sólo han despertado nuevas ambiciones semejantes a las viejas, hombres renovadores parecidos a los decadentes, y continuará en el mismo terreno pantanoso donde quedó atascada la carreta de bueyes que podría significar la cosa pública.

Leed las informaciones de la prensa sobre la campaña política. Es la eterna lucha de partidos, de los viejos partidos. La nación, en cuanto representa una fuerza viva, en cuanto significara una verdadera ansiedad por la reforma, orientada pro patria semper, no ha dado un hombre, no ha presentado un programa. Si hay una España nueva, trabajadora y progresiva, está vuelta de espaldas y vive ajena a toda ciencia o arte de gobierno. Y los hombres  nuevos ¿quiénes son, si algunos han surgido de la promiscuidad en que se viven políticamente desde que comenzamos a renovarnos?.

Un día nos da un amigo la noticia: "¡Hombre! ¿Sabes quién se presenta candidato ? Pajarete, aquel muchacho que primero escribió zarazuelas, después hizo revistas de toros y, por último, quiso ser actor y fracasó porque tartamudeaba ira poco. Le recuerdas, eh? Estaba, desesperado. Se le habían agotado los recursos cuando encontró su camino: será diputado. No tiene más que esperanzas y ya me ha ofrecido su protección y un cigarro habano. Fuma de lo mejor de Vuelta Abajo.



Otro día leemos en la lista de candidatos un nombre que nos hace también recordar... ¡Caramba, Fulano, aquel señor que fue presidente de La Pandereta Recreativa y que tenía como habilidad muy festejada, el imitar a la perfección el cacareo de los pavos! Al aproximarse las Navidades el buen señor estaba en sus glorias. Iba bromeando por la calle con sus amagos, y de pronto, inopinadamente, hacía gala de sus talentos imitativos con sus  con un glo-glo-glo-glo que no parecía sino que allí estaban los paveros con sus manadas fasiánidos. Algunas mujeres del vecindario se asomaban y el presidente de La Pandereta se reía entonces como un bendito de Dios. Por lo visto, quiere ahora, llevar la broma al Congreso; pues, aparte esta habilidad muy remarcable y el haber  hecho una fortuna con su negocio de ultramarinos, no se le conocen otras disposiciones especiales.

Y así, entre los hombres nuevos que nos habrá proporcionado la renovación, citaríamos otros ejemplos pintorescos de vacuidad, de ambición personal, de insuficiencia y de osadía que en todo tiempo han sido abundantes en la política española. Sin ir más lejos, ahí está don Feliciano, del alto periodismo, también renovador, a quien le guardan los cajistas el secreto de infinitos deslices ortográficos. A don Feliciano, que no tiene condiciones de orador, le preguntaron si pensaba hablar en la Cámara, y contestó, impertérrito, a la ironía:—No; no pienso hablar, porque no soy hombre de palabras: soy hombre de ideas.

Y es lo que decían sus íntimos:—¡Qué idea la de Feliciano!- ¡Miren que empeñarse en ser diputado!...

Vamos, que no; que no es posible, que no puede ser: España no se renueva. Unos días de entusiasmo, mucha chillería, de prensa, movilización de los partidos, viajes de propaganda electoral, mítins, conferencias y banquetes. Al final ya lo verán ustedes: Parturient montes ridículos mus.

Todo eso de la política de renovación es como un cuento que me ha venido a las mientes y me parece oportuno referir.

En una de las casas más viejas del casco antiguo de la ciudad, vivía un viejo matrimonio, cuyos hijos, ya todos mayores y algunos casados, buscaron, lejos de aquellas callejuelas obscuras y retorcidas, bellos horizontes que fueran estímulo para su juventud y ancho campo donde emplear sus actividades. Uno se embarcó, pensando que en América estaba su porvenir; otro decidióse a cruzar los Pirineos y recorrió toda Europa para conocer todas las manifestaciones de la vida moderna en los grandes centros de civilización: el tercero quedóse en la ciudad, pero tenía su casa en uno de los barrios modernos, puesta con todo confort y rodeada de un ameno jardín, donde jugaban al sol dos niños rubios  y con arreboles de aurora.

En la vieja casona de los abuelos todo era triste, sombrío y caduco. Se cansaba el matrimonio de mirarse a la cara y de verse envejecer día por día. Los muebles grandes, severos, ocupando cada uno su  lugar desde hacía medio siglo, proyectando al atardecer sobre las paredes invariablemente las mismas sombras, eran comidos por la polilla lentamente, solemnemente, y el fino oído de los señores percibía, en medio del silencio de su soledad, la quejumbre leve de la madera al recibir la herida sutil que la minaba por mil partes distintas. Los pasos sonaban sobre el entarimado de un modo fatídico y hacían recordar la sentencia del Eclesiastés: «Cada paso que damos nos acerca a la sepultura».

El viejo matrimonio era feliz, porque sabía que lo eran también sus hijos; pero les amargaba la vida el espectáculo de sus caducidad, reflejada en cuantos objetos había en su rededor. Así llegó a sentir la necesidad de renovarse, y pensaron los esposos buscar otra casa, en una calle más ancha, por donde pasaran tranvías, coches, automóviles, una riada, en fin, de modernidad tumultuosa. Lo importante era olvidarse de sí mismos, de sus horas contadas, incorporándole a la ciudad. Pero los viejos son abúlicos, y les cuesta mucho decidirse a cambiar de vida, Y a pesar de animarles sus hijos y sus nietos para que  abandonaran su cascaron, los dos esposos, horrorizados ante la idea del trajín que se les venía encima, decidieron no moverse; pero, en cambio, como ensayo de renovación, hicieron restaurar los muebles y cambiarlos de sitio.

Así tuvieron de qué hablar durante una temporada y se distrajeron por unos meses de sus lúgubres ideas, que giraban siempre alrededor de la muerte.

Desgraciadamente, pasado el entusiasmo de los primeros días, no lograron acostumbrarse a la. nueva distribución que se había dado al menaje, y cada vez que necesitaban de un objeto cualquiera, ya se guardara en una cómoda, ya en el bufete o en un armario ropero, tenían que hacer memoria, no recordaban bien. «¿Dónde estaba la levita negra? ¿Qué se hizo del paquete de cartas que guardábamos de nuestro hijo Luis? La receta aquella para los ataques de gota ¿donde la metimos?» Conflictos semejantes surgían todos los días. La memoria de los viejos flaqueaba: a veces, por dirigirse al bufete, la señora se iba al tranchante¿?, o buscando su marido  un papel que debía estar en el escritorio, abría un cajón el chaffonnier.

Fue inevitable uno a uno, todos los muebles volvieron al sitio que habían ocupado durante cincuenta años, y proyectaron de nuevo sobre las paredes sombras familiares. Otra vez se cargaron de polvo y continuaron gimiendo levemente, mientras los viejos moradores del caserón iban contando los pasos que les aproximaban al sepulcro.

La renovación vino más tarde y de un modo radical, cuando fue demolida la casa por los piquetes Municipales, al comenzar los derribos de la Reforma.

Tocante a la política española, nos parece que la hora de la renovación, verdadera y profunda, no ha sonado. Muchos de los que vienen con aire de renovadores, más tienen facha de pasteleros que de albañiles.

JOSÉ ESCOFET