viernes, 6 de abril de 2018

Las plumas despistadoras (La Vanguardia 5/4/1918)

ESPÍRITU AMBULANTE

Las plumas despistadoras


(La Vanguardia 5 de Abril de 1918)

Las horas de sobresalto y de peligrosa incertidumbre que en estos últimos días hemos vivido los españoles, nos hacen pensar nuevamente en la suma de fuerzas explosivas y de agentes de inquietud que contienen y arrastran las sociedades modernas.

Los que escribimos con asiduidad para el público circulante, a veces nos sentimos perturbadores por la eficacia transtornadora que posean las plumas, y por la especie de inconsciente frivolidad con que las plumas se esgrimen todos los días. No es frecuente en los que manejan las plumas esta clase de perturbación de la conciencia; el profundo egoísmo que forma el cimiento psicológico del artista, ayuda a que los remordimientos sean muy raros y, aunque existan alguna vez, nunca lleguen a confesarse.

¡Cuántas veces nos ha turbado la consideración de que existan en el mundo tan numerosas verdades ocultas y tantos errores triunfantes! Buscamos la explicación de esos tristes fenómenos, y desde luego tenemos que descontar como inservibles las causas más usuales ó admitidas. No podemos acusarnos de pobreza de recursos intelectuales; si la Humanidad no ha descubierto mayor número de verdades y no ha desterrado ya tantísimos errores, no es por culpa de la ignorancia, puesto que la agudeza mental del hombre civilizado es grandísima, y porque la civilización organizada cuenta innumerables siglos de fecha. El progreso mecánico, las maravillas de las artes positivas, los inventos fabulosos é indubitables que apresuradamente logran los sabios, la grandeza y perfección de las ciudades y de las organizaciones civiles, todo eso, tan palpable, tan fuera de rectificaciones ¿no prueba bastante la sutilidad y la gracia de nuestra inteligencia, cuando exclusivamente se propone combinar un tinte químico, construir una rotativa impresora y elevar una torre de hierro ó un aeroplano? Estos triunfos mecánicos y positivos podrán admitir la mejoría, la añadidura, la complicación tendiente a una suma perfecta; pero no pueden ser rectificados. Un sabio de mañana será incapaz de demostrar al mundo que el aeroplano no vuela ni que la torre Eiffel no está verdaderamente firme y erecta.

En cambio, si nos introducimos en el terreno de la especulación científica, si buscamos lo cierto en la filosofía, la religión, la estética, la historia, la medicina, la higiene, entonces el nivel de nuestra inteligencia desciende, y desciende tanto, que apenas si hemos avanzado nada desde los tiempos que apresuradamente llamamos primitivos. Cuando pensamos haber descubierto una verdad, pronto averiguamos que era ya conocida de los pitagóricos, de los platónicos, de los epicúreos, de los estoicos, de los alejandrinos, de los orientales, de los indostanos... Y nuestra actitud intelectual, ¿acaso varía tampoco nada? Los antiguos manipulaban sus teorías, jugaban con sus verdades, y uno venía a rectificar lo que otro mantuvo antes. Las verdades se quitaban como realmente de las manos. Lo mismo que en la política y en todo menester en que se introduce la sed de dominio, el afán de conquista y el amor propio, en el campo intelectual se ejercitaba la malicia, el escamoteo, el soborno y la coacción, y con demasiada, frecuencia también la mentira. Pues todo esto sigue imperando hoy, sin diferencia casi. Y todos los días, en efecto, nos asegura alguien que una teoría sociológica que dábamos por cierta, es falsa; que la doctrina evolucionista falla enormemente; que el vino, al revés de lo que aseguraban ayer, no es perjudicial para la salud... Mañana nos dirán que el contagio no existe; que la raza europea ha venido por la Groelandia, y no por el Oriente ni por el Mediterráneo; que el hombre posee alma, contra lo que se creyó hace poco, y no precisamente un alma, como piensan los espiritualistas tradicionales, ni dos almas, como piensan los guósticos y los orientales, sino exactamente tres almas.

Cuando confrontamos, pues, la desproporción que existe entre la cultura mecánica y palpable de nuestra sociedad animosa y el desconcierto, la constante rectificación de nuestra cultura especulativa, sentimos el prurito de aventurar, (también nosotros) la siguiente hipótesis: Las verdades esenciales que se reserva la Naturaleza y que nos oculta a los hombres, no yacen desconocidas a causa de una voluntad avara, ó adversa de la Naturaleza; las verdades tal vez se ofrecen con tanta expontaneidad como los frutos y fenómenos de la Naturaleza. Es el hombre mismo quien alarma, asusta y aleja a las verdades. El hombre se dirige hacia las verdades lleno de vanidad, de pasión, de egoísmo, de ligereza, de concupiscencia y hasta de afán de juego.



En vez de atraer a las verdades, que estarían propicias a dejarse coger, el hombre las conturba, las atropella, las confunde y las involucra. Además, ¿quién es el encargado de cazar a las verdades? Son los filósofos, literatos, sabios, artistas, aquellas gentes mejor dotadas de sutileza, pero en quienes la imaginación desbordada produce absurdos despistamientos, y que nunca renuncian a interponer sus pasiones de egolatría, su vanidad, su envidia y su codiciosa hambre de gloria.

Si aplicamos ahora este comentario de «la verdad que el mismo hombre aleja de su propia mente» a los sucesos políticos, ¿nos extrañaremos mucho de que ciertas cuestiones públicas, que acaso el último ciudadano resolvería, se compliquen tan embrollada y dramáticamente? Hay para estos casos la costumbre de decir que «política de una nación es muy complicada».., Seguro que así es. ¿Pero no la complican los mismos políticos? ¿No es cierto que la complicación está en las pasiones, vanidades, egoísmos y fiebres de los políticos? Los pueblos, como la Naturaleza, no sienten deseo de ocultar su verdad; son los políticos quienes se esmeran en trabucarla. Y las plumas, sobre todo, ayudan a la confusión. Puesto que hay confusión, más bien que complicación.


Jose María SALAVERRÍA

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